El contenido del blog comprende una serie de escritos sueltos, opiniones personales y demás notas que forman parte de la escritura como una necesidad humana y subjetiva.

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jueves, 11 de junio de 2015

Mi abuela (Recuerdos de ficción)


Recibí la carta de mi abuela. Trataba de recordarla, pero fue en vano. No tenía ningún recuerdo de ella. Sólo sabía que ella botó a mi madre cuando mi padre falleció. Por aquel entonces yo tenía seis años. Ahora después de veintidós años volvería a ver a quien no recuerdo.  

La abuela, según su carta, quería ver a todos sus nietos, tenía algo muy importante que decirnos. Supuse que llegaba al final de sus días, pero no fue así. Viajé junto a Angélica, mi esposa. En realidad fue ella quien me animó a viajar. “Viaja, ve con tu abuela, así vas a saldar cuentas con el pasado”, susurraba, mientras reposaba su cabeza en mi hombro.  

Llegamos a una casa enorme que parecía una hacienda suspendida en el tiempo. La casa contrastaba con la pobreza de aquel poblado que languidecía asentado en aquel desolado valle del que tanto me habló mi madre. A pesar de que todo me pareció extraño sentí que me acercaba a algo tan profundo que tenía que ver conmigo. Además esa casa fue alguna vez mi hogar porque ahí fue donde mis padres vivieron, no sé si felices, pero estuvieron juntos conmigo y eso fue lo más importante para mí.

Creí que me encontraría con los otros nietos de mi abuela, pero no, nadie había llegado aún, tan sólo se encontraba Martín, un viejo lacónico que era el pastor de mi abuela. “Pero si eres igualito a tu padre”, me dijo al verme de pies a cabeza. Y quedó más sorprendido aún cuando vio a Angélica, “es igualita a tu madre, santo cielo”, exclamó con cierto temor al persignarse. Una vez recobrado por la impresión, titubeando nos dijo que mi abuela se encuentra esperándonos en Uchupampa, lugar en donde pasta todo su ganado. Para llegar allá, uno tiene que ir a caballo y el viejo pastor tenía tan sólo dos caballos. Sin pérdida de tiempo partimos de inmediato, ya que nos esperaba ochos horas de viaje. Angélica iba junto conmigo. Durante el trayecto, ella apretujaba su cuerpo junto al mío y temblaba, supuse que era porque era la primera vez que iba a caballo o por el frío que arreciaba, pero no fue así, ella sentía cierto temor. “Angélica, no tiembles, estás con migo, sabes”, “lo sé, Juan, pero hay algo raro en todo esto”.   

Llegamos a Uchupampa antes de que el sol se oculte. Al bajar del caballo quedé sorprendido por la cantidad de ganado que tenía mi abuela. Al instante sentí el respiro de Angélica, “Juan, este lugar está encantado, esto no puede ser real, mira el ganado es incontable”. En ese momento vi que el viejo Martín hablaba diligentemente en quechua a una de las vacas que mugía como si estuviera enferma, mientras ésta se acercaba como si se dispusiera a recibirnos.  

La oscuridad no tardó en llegar y poco a poco nos cubrió como un manto. El viejo pastor al vernos tiritar por el frío nos llevó a la pequeña casa de piedra en donde según él se encontraba mi abuela. Pero al ingresar no la encontramos. Algo nervioso, el viejo Martín mencionó que tal vez la abuela se fue a arrear el ganado y pronto llegaría. Angélica me miró a los ojos muy preocupada, no dije nada, sólo atine a abrazarla para que se calmara un poco. Mientras esperábamos, alumbrados tan sólo por un viejo candil ennegrecido, el pastor me preguntó por mi edad, veintiocho respondí, ante mi respuesta se puso nervioso y vio de  reojo aquella pequeña puerta, donde según él se guarda el cuero del ganado. Ante mi impaciencia, el pastor me contó que conoció a mi padre. Según su memoria, mi padre llegó al pueblo luego de muchos años de ausencia cuando tenía mi edad junto a mi madre. Mis padres llegaron sin cobre alguno. Por aquellos años, en muchas comunidades el ganado solía morir por la inclemencia del clima o afectados por alguna enfermedad. Mientras muchas parejas salían de la comunidad, la presencia de mi padre junto a mi madre fue vista con mucha extrañeza. Un día mi padre subió a aquel cerro llamado Antapata, lugar en donde apenas crecían las papas y ahí encontró un torito de piedra. Luego de tal hecho su ganado empezó a aumentar, las vacas parían dos críos. Todo fue bonanza. Eso causó extrañeza entre todos los comuneros del pueblo, quienes veían como algo extraño tal suerte. Con el paso de los años mi abuela fue quien más se enfrascaba en pleitos por la suerte de mi padre. Pero un día mi padre murió, según mi madre en un accidente.

Al preguntar al viejo cómo murió mi padre, calló y un silencio se apoderó en el interior de  aquella casa, el ambiente se sentía tan enrarecido que parecía que las piedras se iban a juntar en cualquier momento. No recuerdo bien que sucedió luego. En la mañana desperté junto a Angélica, a quien abrazaba fuertemente porque el frío calaba hasta los huesos. Grande fue nuestra sorpresa cuando nos dimos cuenta que yacíamos junto a una enorme roca enclavada en un desolado paraje.

No sé cuanto caminamos, pero logramos salir de aquel sospechoso paraje. En la comunidad de Ichupata, próxima al pueblo de mis padres, una vieja con sorpresa nos contó, al escuchar nuestro relato, que mi abuela, la vieja usurera, como la llamaba, murió hace mucho tiempo y que aquel viejo pastor se encuentra preso de una maldición que le lanzó mi abuela.  “El viejo está encantado por el cerro, no ves que siempre para solitario, no puede salir por más de tres días de la altura, luego de ese tiempo enferma. A las vacas de tu abuela, el pastor las llama mis “gringas”, cuando sale fuera de la comunidad él dice que son ellas quienes le llaman y por eso no puede salir”.

Si mi abuela está muerta, no sé quién escribió y me envío aquella carta. Además, no sé por qué pero desde aquel día sospecho ya casi todo de lo que pasó en ese lugar, incluso no sé si mi padre murió en un accidente o murió al enterarse de algo tan desconocido aún para mí.


Juan Archi Orihuela
Lima, jueves 11 de junio del 2015.

jueves, 30 de octubre de 2014

Miscelanias 2

I

Actualmente la fuerza de trabajo se consume en función de la prestación de servicios de toda índole. Nunca antes en la historia de la humanidad la fuerza de trabajo se dispuso a una tarea tan estéril que entumece el ánimo del hombre como ser cultural. Sutilmente los servicios castran el talento y la inventiva, y nos arrojan a la precariedad de lo efímero del trabajo. Incluso el trabajo resulta siendo tan enajenante, porque cuando uno trabaja frecuentemente tiende a estresarse por el tedio de la monotonía; y si uno no trabaja, tiende a caer en la depresión por la agresión del mundo de las mercancías. Por eso, todo lo que ofrecemos no son mercancías sino nuestro tiempo de vida que tiende a reducirse como si fuera aquella piel de zapa de Balzac. Esos deseos terrenales, que se generan en función del trabajo, no son tan  libres como muchos baladronean sino que se originan por la reproducción del capital financiero. Figurativamente esos deseos (concebidos como necesidades económicas) le pertenecen al capital financiero porque no solo los estimula, sino porque les da todo el sentido cultural que poseen.

II

Muchas veces se fustiga a quienes se oponen a ciertas pretensiones ideológicas sobre la libertad de toda índole. Al respecto frecuentemente se nos acusa de estar suspendidos en el pasado, así como se nos endilga el epíteto de ser conservadores e incluso se caricaturiza nuestra oposición como si fuera tributaria de cierta mentalidad propia del Medioevo. Pensar que la libertad es la realización del ser humano no corresponde a una mentalidad de nuestro tiempo, por el contrario, evidencia la ignorancia del sujeto que lo enuncia. La mentalidad de nuestro tiempo no puede sustentarse en imperativos ideológicos tan volátiles y tan etéreos que linda con una burda metafísica del individuo. 

Pensar el mundo de acuerdo a nuestra época se sustenta en tres grandes consecuencias de la ciencia que han marcado la historia de la humanidad como ser cultural. El desarrollo de la astronomía como ciencia y su consecuencia, a saber, la conquista del espacio, nos plantea el problema de lo finito y lo infinito de nuestro mundo (Por fin ahora conocemos parte del llamado Cosmos); el descubrimiento y la manipulación de la estructura atómica sustenta y reproduce la estructura material del mundo (Por fin sabemos que hay un micromundo y que la energía no forma parte de ningún fuego divino, ni muchos menos forma parte de lo que muchos llaman lo místico); y, por último, el desarrollo de la investigación genética ha posibilitado intervenir en la estructura de la materia orgánica como nunca en la historia de la humanidad se pudo concebir e imaginar (Por fin se comprende que lo que llamamos vida tiene un sustento material en la herencia genética). Quien desconozca tales avances y alcances culturales, y no los tome en cuenta cuando pretenda algún tipo de reflexión, definitivamente se encuentra fuera de nuestra época. 

III

La capacidad intelectual no sólo se ve limitada ante las urgentes cuestiones materiales sino incluso ante la capacidad de abstracción. Si no fuera por las matemáticas el hombre seguiría aún en las cavernas y sujeto a la inmediatez de sus sentidos. Las matemáticas sustentan nuestra capacidad de abstracción. Cultivar las matemáticas no sólo nos hace más avispados, sino más cultos y humanos. Tal observación se complementa con la importancia cultural que tiene la lógica en el mundo, que no sólo es la piedra angular de las matemáticas sino el  sustento contundente de todo razonamiento correcto. 

Frecuentemente la lógica es desdeñada por los irracionalistas que paradójicamente animan cierto tipo de reflexión intelectual. Incluso los deseos y las nimiedades de la vida cotidiana de los irracionalista son temas de reflexión en función de sus cuitas.  Para demarcar la reflexión intelectual es necesario reconocer en donde uno encuentra su mayor estimulo, la lógica y las matemáticas son un potencial acicate para la reflexión. Es cierto que las condiciones materiales muchas veces desesperan, pero si no fuera por la lógica no sería posible una reflexión seria y humana. Aunque resulte extraño para quienes han sido formados y estimulados por irracionalistas que desdeñan la enseñanza y la importancia de la lógica y las matemáticas, no hay nada más cultural que la lógica y las matemáticas, porque nos permiten cierta libertad intelectual ante la necesidad de nuestra entidad orgánica (cuerpo). 


Juan Archi Orihuela
Lima, 30 de octubre del 2014. 





miércoles, 6 de agosto de 2014

Misceláneas


I

Hay una escena en la película Escape del planeta de los simios (1971) de Don Taylor, en el que Cornelius, el simio y también arqueólogo de profesión, se encuentra espectando una pelea de Box (llevado por sus protegidos humanos para que se “divierta”), y ante los golpes que se infringen los boxeadores, el simio se muestra muy desconcertado por un  espectáculo que le resulta tan desagradable. La expresión del simio es como si se preguntará ¿por qué a los humanos les gusta ver golpearse unos a los otros? O, el espectador, medianamente atento, podría interrogarse frente a la reacción del simio si ¿ese espectáculo tan sádico acaso no aproxima al hombre a la animalidad? Pero si se repara bien en el asunto, lo que caracteriza a nuestra especie es hacer de la agresión un espectáculo.

II

Nuestra especie es agresiva y hasta cierto punto sádica. Y con eso no me refiero sólo a las guerras que han hecho posible la civilización en la historia de la humanidad, sino a algo más orgánico, a saber, la sexualidad. Los límites a los que puede llegar la práctica de la sexualidad humana es una muestra palpable que el sadismo forma  parte del hedonismo por otros medios. Por eso no hay nada más reaccionario que acentuar el hedonismo como si fuera una actitud rebelde ante la vida. La rebeldía no es la implosión del individuo que el liberalismo ha degenerado en vicio sino la afirmación de la vida como un hecho cultural represivo y necesario.

III

Hay una máxima latina muy conocida, a saber, “primun vivere deinde philosophari” (primero vive y luego filosofa) cuya intención es fustigar la actitud contemplativa de ciertos filósofos. Pero si uno repara en cierto detalle, tal máxima debe ser invertida porque la reproducción del mundo permite una serie de relaciones invertidas. Es decir, hay una exigencia por vivir al límite de la materialidad debido a que el fetichismo de la mercancía que articula todas las relaciones sociales del mundo contemporáneo tiende a exacerbar los deseos y las pasiones hasta sus límites inimaginables. Ese fetichismo produce la ideología que lo anima. Precisamente cuando tales sujetos increpan que “hay que tener los pies sobre la tierra”, tal delación responde en el fondo a lo que ellos “hacen con las manos”.  

IV

Asimismo se acentúa una vieja sentencia de Berkeley “esse est percipi aut percipere” (algo existe sólo cuando es percibido). Empero, la exposición a través de los medios  audiovisuales es una muestra palpable de que la percepción de la imagen muchas veces se opone al mundo real, porque ahora pareciera que la existencia de las cosas se fundamenta en función del goce vouyerista. Todos pueden ver lo que hacen los demás, sólo es cuestión de que uno se encuentre conectado a las redes sociales. No hay manera más sutil de deshumanizar al hombre que teniéndolo preso de la imagen. Si antaño la televisión mereció el calificativo de ser una “caja boba”, de seguro las redes sociales (como por ejemplo el facebook) merecen otros epítetos al respecto, porque acentúa no sólo el espectáculo sino también el narcisismo.


V

Si la muerte expresa fielmente la vida de uno mismo, es decir, que si hay muchas maneras de morir, ya sea por mano ajena, por accidente, deceso natural, enfermedad o por la mano de uno mismo (el suicidio), hay muchas maneras de vivir. Pero ¿cómo se vive? En el mundo contemporáneo la idea de la autenticidad es un llamado de atención sobre la existencia frente a la mercancía. Es indudable que la vida humana se encuentra sujeta a cierta regulación institucional y a la necesidad de satisfacer cierta normatividad, pero no por ello lo auténtico es romper con todo ello, sino todo lo contrario, la autenticidad radica en afirmar la vida social sin remordimientos y sin berrinches egotistas.

VI

No hay nada más falso que creer que el hombre es libre por naturaleza. La ideología de la libertad ha permeado tanto en la vida contemporánea que al parecer anima procazmente la existencia de seres egotistas y narcisistas. Y más aún, frecuentemente la libertad se confunde con el deseo, de ahí al escapismo hay sólo un paso. No caben dudas que el irracionalismo ha sido aceptado mediante la celebración orgánica de la volición que muchos acentúan como si fuera un acto de libertad.


VII

El escepticismo que genera cierto tedio por la vida no es signo de reflexión o de apertura al pensamiento libre, como trilladamente uno suele escuchar, sino signo de un gran egotismo. Asimismo, una forma de ser tolerante no es el respetar las ideas ajenas y distintas a las nuestras, sino la manera de actuar hipócritamente en público ante la censura mediática de aquellos que tienen alma de inquisidores.



Juan Archi Orihuela
Miércoles, 06 de agosto del 2014.